Un grupo de seis mineros trabajaban en lo más profundo de una mina cuando se produjo un derrumbamiento que los dejó atrapados. El principal problema era que el equipo de salvamento apenas tendría tres horas para sacarlos de allí, ya que el oxígeno no duraría mucho más.
El jefe de la cuadrilla sabía que la clave era mantener la calma y minimizar el consumo de aire respirable. Por ello, tras hacer que apagaran todas las lámparas, les ordenó tenderse en el suelo y esperar. Sólo uno de estos hombres disponía de reloj, por lo que todos sus compañeros no paraban de preguntarle angustiados: <<¿Cuánto tiempo ha pasado ya?>>, <<¿cuánto faltará para que nos saquen de aquí?>>.
El jefe se dio cuenta de que eso sólo contribuía a ponerles aún más nerviosos y, con la ansiedad, a gastar antes el oxígeno. Por eso, sugirió que fuera el minero que tenía reloj quien les avisase cada media hora. Consciente de lo difícil que sería decirles que el tiempo se agotaba, el minero ideó una estrategia: iría añadiendo minutos a esa media hora para engañarles y lograr que aguantasen más sin darse cuenta. Su idea permitió que los sacasen de allí tras más de cuatro horas de espera. Todos sobrevivieron menos uno: el que llevaba el reloj.
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