En noviembre del 2016, el entonces presidente de EEUU, Barack Obama, dictó una orden para que se estudiaran las medidas que se deberían tomar ante la posibilidad de una gigantesca erupción solar. El tema es importante, pero no hay que perder la calma ni creer la versión que Hollywood da sobre esta cuestión en películas como <<Señales del futuro>>, acerca de un desastre solar de magnitudes catastrófica.
Los científicos llevan décadas estudiando las erupciones solares. Y la mujer que hoy nos ocupa, la australiana Ruby Violet Payne-Scott, fue la descubridora en 1945 de estas explosiones, cuyas consecuencias podrían sentirse también en la Tierra y se traducirían en fallos en las comunicaciones y los satélites, la desactivación de parte de la red eléctrica y la desorientación de algunas especies animales, entre los fenómenos. Así que, gracias a esta radioastrónoma, hoy podemos saber cómo se desarrollan, lo que duran y los efectos que tienen las espectaculares llamaradas solares.
Payne-Scott no sólo fue pionera en este terreno. Tras graduarse en Física en 1933, trabajó en el Laboratorio del Cáncer de la Universidad de Sydney, donde estudió una técnica novedosa en aquel momento para el tratamiento de esta enfermedad, la radiología, y durante la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno de Australia la contrató para realizar experimentos secretos sobre un nuevo invento, el radar.
Su compromiso con la ciencia fue tan intenso como el que tuvo con el feminismo, luchando contra la discriminación salarial y las normas de vestuario y comportamiento que les imponían a las mujeres. Mientras era investigadora, contrajo matrimonio en secreto para evitar el despido, ya que las casadas no podían tener trabajo en los organismos públicos. Al final perdió su puesto y su pensión y, tras tener a su primer hijo, tuvo que elegir entre la familia o la ciencia. <<Siento dejar la investigación en la que tanto he trabajado. Si todo va bien, espero volver en unos años>>, diría en 1951. Pero su deseo no se cumplió y jamás regresó a los laboratorios de radiofísica.
Payne-Scott no sólo fue pionera en este terreno. Tras graduarse en Física en 1933, trabajó en el Laboratorio del Cáncer de la Universidad de Sydney, donde estudió una técnica novedosa en aquel momento para el tratamiento de esta enfermedad, la radiología, y durante la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno de Australia la contrató para realizar experimentos secretos sobre un nuevo invento, el radar.
Su compromiso con la ciencia fue tan intenso como el que tuvo con el feminismo, luchando contra la discriminación salarial y las normas de vestuario y comportamiento que les imponían a las mujeres. Mientras era investigadora, contrajo matrimonio en secreto para evitar el despido, ya que las casadas no podían tener trabajo en los organismos públicos. Al final perdió su puesto y su pensión y, tras tener a su primer hijo, tuvo que elegir entre la familia o la ciencia. <<Siento dejar la investigación en la que tanto he trabajado. Si todo va bien, espero volver en unos años>>, diría en 1951. Pero su deseo no se cumplió y jamás regresó a los laboratorios de radiofísica.
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