En una aldea cercana a Tokio había un viejo samurái que se dedicaba a enseñar budismo zen a un grupo de jóvenes discípulos. Pese a su avanzada edad, todos sabían que podía aún enfrentarse a cualquier adversario. Cierto día, llegó a la villa un guerrero que jamás había perdido una batalla y que era famoso por utilizar la provocación como táctica. Su propósito era buscar un enfrentamiento con el anciano y acabar con su fama de invencible. Por ello, los estudiantes que estaban con el maestro intentaron por todos los medios que el anciano ignorase tal afrenta, pero éste aceptó el desafío.
El terrible guerrero y el viejo maestro se dieron cita en la plaza del pueblo y el primero empezó a insultar al veterano samurái, a lanzarle piedras, a maldecir a sus ancestros e incluso a escupirle pero, tras varias horas, quedó agotado ante la indiferencia del sabio. Los alumnos quedaron decepcionados pese a la victoria del maestro, que les dio esta explicación: <<Igual que si no aceptas un regalo, sigue perteneciendo a quien lo ofrecía, cuando ignoras los insultos y la rabia, éstos se quedan con quien cargaba con ellos>>. Y es que las palabras o actos de los demás sólo nos van a afectar en la medida que nosotros lo permitamos. No existen ofensas, existen ofendidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario