Había una zorra que vivía en un bosque muy frecuentado por cazadores. Aunque era muy recelosa y huía a esconderse cuando presentía algún peligro, solía merodear a su alrededor porque sabía que traían buenas viandas y casi siempre dejaban algún resto. Pero cuál fue su sorpresa cuando un día descubrió que había algo más que las sobras: en el interior de un tronco hueco habían escondido un cesto lleno de deliciosa comida, para saborearla cuando acabasen la dura jornada de cacería.
Fue tal la tentación que, en cuanto los hombres desaparecieron de su improvisado campamento, la zorra golosa se lanzó sobre el tronco hueco y metió la cabeza para sacar la comida. Como vio que no la alcanzaba, no dudo en introducir todo el cuerpo dentro y así empezó a devorar el suculento banquete. Una vez hubo dado buena cuenta de todo, intentó salir del tronco pero su barriga se había hinchado tanto que, por mucho que insistió, no lo consiguió. Aterrorizada, empezó a lanzar gritos de auxilio hasta que otra zorra que pasaba por allí se acercó a ver qué pasaba. Tras contarle lo que le había sucedido, la compañera le dijo: *No malgastes energía lamentándote. Sólo tienes que esperar a que tu barriga vuelva a su tamaño para escaparte*. Y es que, si tenemos paciencia, nos será mucho más fácil resolver los problemas.
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