Un granjero estaba paseando por los alrededores de su pueblo y se encontró, al pie de una escarpada montaña, un huevo muy grande. Nunca había visto nada igual y, arropándolo entre su camisa y el calor de su cuerpo, se lo llevó a casa. Cuando lo dejó en el gallinero, su mujer le preguntó: <<¿Será de avestruz?>>. <<No lo creo, es demasiado abultado>>, le respondió. Y el hijo, que no salía de su asombro mirándolo, sugirió: <<¿Y si lo rompemos?>>. Pero el padre lo convenció de que lo mejor era esperar: <<Lo pondremos debajo de la pava que está empollando y tal vez nacerá>>.
Y así fue. A los pocos días, vino al mundo un pavito de negro plumaje, grande y con mucho apetito. Comió hasta la saciedad y, al acabar, le dijo a la pava: <<Mamá, ahora vamos a volar>>. Ella se sorprendió mucho y le contestó: <<Mira, los pavos no volamos. Lo que te pasa es que te ha sentado mal tanta comida>>. Esto mismo le repetían cada vez que expresaba su deseo de volar. Así que se dedicó a hacer lo mismo que el resto de pavos. Pero un día el veterinario visitó la granja y descubrió que ¡era un cóndor y había nacido para volar a miles de metros de altura!
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