Erase una vez un hombre muy humilde que tenía una gallina que cada día ponía un hermoso y brillante huevo de oro. Una mañana, después de acabar sus tareas en el campo y en el corral, el campesino pensó que si descubría el tesoro que aquella ave debía de esconder en sus entrañas, se convertiría en un hombre rico. Inmediatamente, empezó a imaginar que podría comprar muchas tierras y animales y construirse una gran casa en la que vería crecer a sus hijos. Así que, ni corto ni perezoso, decidió sacrificar a la pobre gallina para poder ver con sus propios ojos cuánto brillaba la riqueza que supuestamente tenía en su interior.
Sin embargo, lo único que pudo comprobar al abrirla es que su gallina, por dentro, era exactamente igual que las que no ponían ni un sólo huevo de oro. Y lo siguiente que descubrió es que, por culpa de su avaricia, se había quedado sin su gallina preferida y que jamás iba a poder poseer la gran fortuna que había imaginado que iba a conseguir.
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