Erase una vez un hombre que caminaba por la orilla del mar a la luz de la luna y, en lugar de disfrutar de la agradable noche, de la paz del momento, de la inmensa belleza del cielo estrellado, iba todo el rato pensando en la cosas que no poseía: <<Si tuviera una coche nuevo, sería muy feliz>>; <<ojalá pudiera comprarme una gran casa, con todo tipo de lujos>>; <<¿qué sería de mi vida si, por fin, consiguiera ese trabajo con el que siempre he soñado?>>; <<mi vida sería el colmo de la plenitud si estuvieses con la pareja perfecta...>>.
En ésas estaba, cuando tropezó con una bolsita llena de piedras y, sin molestarse en echarles un vistazo, empezó a lanzarlas al mar mientras seguía con sus delirios de grandeza. Cuando ya estuvo de regreso en casa, sacó del bolsillo la bolsa creyendo que estaba vacía y de su interior cayó una de la piedras. Cuál fue su sorpresa al darse cuenta de que se trataba de un diamante. Se echó las manos a la cabeza al calcular la fortuna que había perdido entre las olas del mar para siempre. Y eso mismo es lo que les sucede a muchas personas: cada día arrojan al mar los pequeños tesoros que ya poseen y a los que no dan valor soñando con lo que no tienen. La felicidad está muy cerca de nosotros y nos permitimos el lujo de ignorarla.
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