Los animales, reunidos en el bosque, se pusieron a compartir experiencias. Todos destacaron sus habilidades pero sin dejar de reconocer que había cosas que hacían mejor que otras. Así, los pájaros volaban de maravilla pero no podían nadar ni escarbar madrigueras; la liebre era siempre campeona en la carreras, pero ni volaba ni se atrevía a nadar. Y lo mismo sucedía con el resto de criaturas.
Sin embargo, empujados por el afán de mejorar sus aptitudes, decidieron crear una escuela. En la primera clase, la liebre consiguió un sobresaliente en carrera pero, cuando la subieron a un árbol y le gritaron <<¡vuela, liebre!>>, fue un desastre. El roedor cayó de bruces por los suelos, se quebró una pata y casi suspende por ello el examen final. El pájaro obtuvo las mejores calificaciones en las pruebas de vuelo, pero cuando le pidieron que excavase como un topo, se hirió las alas y el pico y sacó un aprobado justillo. Y así ocurrió con cada uno de los animales.
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