Erase na vez un niño que esperaba ansioso la vuelta de su padre del trabajo. En cuanto llegó, corrió hacie él y le preguntó: <<Papi, ¿cuánto dinero te pagan por hora de trabajo?>>. El padre le miró con expresión severa y le replicó: <<Mira, hijo, eso ni tu madre lo sabe. Anda, no me molestes más, que estoy cansado>>. El pequeño insistió: <<Pero, papá, sólo es una pregunta. ¿Cuánto ganas por hora?>>. La reacción de su progenitor se suavizó y le respondió explicándole que le pagaban 20 euros por hora. <<¿Y me podrías prestar 10?>>, inquirió el chaval. Al escuchar la pregunta, el padre montó en cólera y le dijo: <<¡Así que por eso querías saber lo que gano! ¡Vete a dormir y no molestes! ¡Eres un interesado!>>. Tras meditar sobre lo sucedido con el niño, el hombre se sintió culpable y pensó que el chico tal vez sólo quería comprar algo. Para descargar su conciencia, fue a su cuarto y le dio los 10 euros que le había pedido. <<¡Gracias!>>, exclamó con alegría el pequeño sacando de debajo de su almohada otro billete de 10 y diciéndole: <<Ya tengo 20 auros, ¿me podrías vender una hora de tu tiempo?>>. El hombre se quedó de piedra y se sintió fatal, porque se dio cuenta de que apenas estaba con su hijo y de que, muchas veces, perdía el tiempo en otras cosas sin darse cuenta de que el pequeño era lo más importante de su vida.
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