Erase una vez, en un país del Extremo Oriente, un hombre muy sabio a cuya casa llegó un joven europeo que deseaba conocerlo. <<Maestro, he viajado durante días y días para aprender cuanto pueda de usted>>, le dijo el muchacho. <<Verás qué sencillo es. En realidad, sólo me dedico a coleccionar perlas de sabiduría que tengo guardadas en aquel viejo baúl. Éstas son las que he recogido a lo largo de toda mi vida>>, le respondió el maestro.
<<¿Y a dónde tengo que ir para encontrarlas?>>, le siguió preguntando el joven. <<No tendrás que viajar lejos, porque están en todas partes. La sabiduría está en cualquier rincón del mundo. Es como una planta que se nutre de los otros hombres y que da frutos que, a su vez, alimentan a los demás>>, respondió el sabio.
<<Ya lo voy entendiendo. Lo que me quiere decir es que he de descubrir lo que hay de sabio en cada persona para crear mi propia sabiduría y, luego, compartirla>>, sentenció el muchacho.
Y en ese preciso instante, sus palabras formaron una pequeña nube de vapor de agua que, al condensarse, acabó convirtiéndose en una perla. El maestro la recogió y le dijo: <<Ves lo que te quería decir. Mi única sabiduría es coleccionar perlas para, después, utilizarlas en el momento adecuado>>.
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