Erase una vez un león que se comportaba de forma muy diferente al resto de sus congéneres a causa de un defecto que le provocaba afonía. Mientras los otros se pasaban el día rugiendo y demostrando a los demás quién era el rey de la selva, él solía pasear por la jungla en silencio y sin atemorizar a los otros animales. Ese carácter dulce y bondadoso le hizo ganar muchas amistades.
Un día que estaba descansando a la sombra de un árbol se acercó a él un viejo jabalí, que era el animal más pesado del lugar. Aprovechando su afonía, empezó a darle la tabarra con sus problemas de convivencia con los otros, con sus achaques... Fue en ese momento cuando el león, que habría deseado poder gritar con todas sus fuerzas para sacárselo de encima, decidió crear una máquina que reprodujera el rugido de los leones. Pasaron los meses y cuando el jabalí volvió a acorralarlo con sus monsergas, apretó el botón del aparato y de él salió un espantoso bramido que aterrorizó de tal modo a todos los animales que éstos huyeron. Tan solo se quedó que, al instante, comprendió que no era necesario levantar la voz para ser respetado, que para ganarse el afecto y la consideración de los otros jamás hay que imponer nuestra opinión con violencia.
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