Había una vez dos hombres enfermos que compartían habitación en un hospital. Aunque era muy pequeña, tenía una ventana. Al paciente que estaba junto a ella, le dejaban sentarse cada tarde una hora, en la que le describía a su compañero, que sólo podía estar boca arriba, lo que veía. Según contaba, la ventana daba a un parque en el que había un lago, un bosque y, detrás de los árboles, la ciudad. El hombre acostado escuchaba todas las explicaciones y disfrutaba de cada minuto como si él mismo pudiera verlo.
Una de esas tardes, pensó que por qué el hombre de la ventana podía disfrutar de ver o que pasaba fuera. <<¿Por qué no puedo ser yo?>>, se preguntó. Y una noche, mientras él permanecía despierto mirando al techo, su compañero se despertó con tos y ahogos y trató desesperadamente de llamar a la enfermera. Él no hizo nada. A la mañana siguiente, la enfermera encontró al hombre muerto y se llevaron el cadáver.
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