Un hombre iba caminando con su caballo y su perro. Estaban tan agotados que no se habían dado cuenta de que, en realidad, estaban muertos. Por eso, seguían por aquel empinado camino, en busca de agua para saciar su sed. En una curva vieron un enorme arco de mármol que conducía a una plaza en cuyo centro había una fuente. Toparon con un vigilante en una garita y, cuando el caminante le preguntó qué lugar era aquel, le respondió: <<Esto es el cielo>>. <<Qué bien. Aquí por fin podremos beber>>, manifestó el hombre. Pero el guarda le advirtió: <<Sólo usted puede pasar. Los animales lo tienen prohibido>>. Él no iba a calmar su sed si no lo hacían también el caballo y el perro, por lo que prosiguieron su ruta.
Al poco llegaron frente a un viejo portón tras el que había un labriego descansando bajo un frutal que les convidó a entrar y beber de una fuente de agua fresquísima. <<¿Por cierto, qué lugar es éste tan agradable?>>, preguntó el caminante. <<Ustedes están en el cielo>>, respondió el campesino. <<Eso no es posible, ahora venimos de allí>>, replicó el hombre. <<Aquello es el infierno, pero en el fondo nos hacen un gran favor, porque allí se quedan quienes abandonan a sus mejores amigos>>, concluyó el agricultor. Así es, sólo un buen amigo lo sacrificará todo por ti.
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