Erase un hombre que había quedado ciego en un accidente cuando era joven y, por ese motivo, tuvo que desarrollar la habilidad de sus manos para poder buscarse algún modo de subsistir. Y aunque, con el tiempo, llegó a convertirse en uno de los mejores artesanos del lugar, ese oficio apenas le daba para ir tirando. Por eso, jamás pudo comprarle a su hijo juguetes, como hacían los demás padres, y el niño se tenía que entretener con las herramientas de su taller.
Pero el día que el pequeño cumplió 5 años, el hombre quiso hacerle un regalo muy especial. Decidió construirle, con sus propias manos, un pequeño caleidoscopio como el que él mismo recordaba haber tenido de pequeño. La idea no podría haber sido más buena, pues jamás había visto a su hijo tan emocionado y feliz.
Cuando regresó a clase y enseñó su caleidoscopio, todos los niños le preguntaron dónde lo había comprado. Y él, más orgulloso que nunca, les dijo: <<Me lo ha hecho mi papá>>. A lo que uno de sus compañeros respondió: <<¿Tu papá...? Eso es imposible, es ciego>>. El pequeño le sonrió y le hizo este comentario: <<Sí, mi padre es ciego. Pero sólo de los ojos>>. Piénsenlo bien, lo esencial es invisible a los ojos... pero jamás al corazón.
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