Sumto, hijo de un temido samurái, cometió un asesinato en defensa propia, por lo que decidió huir de su ciudad y, careciendo de recursos, se convirtió en un delincuente habitual. Pasaron los años y, harto ya de su mala vida, decidió hacer algo por los demás. Así, cuando llegó a un pueblo cuyos habitantes sólo tenían un quebradizo puente para acceder al otro lado de un acantilado, pensó que su misión consistiría en cavar un túnel. Después de años de esfuerzo, cuando su obra estaba a punto de concluir, un buen día llegó al pueblo el hijo del hombre asesinado, al que sólo movía la sed de venganza. Cuando estuvieron cara a cara, Sumto le dijo: <<Te entregaré mi vida como pago por el crimen que cometí, pero lo único que te pido es que me ayudes a terminar este túnel>>.
Ambos hombres trabajaron codo con codo y, al cabo de unos meses en los que el huérfano pudo admirar la generosidad y el esfuerzo de Sumto, acabaron el túnel. Entonces, llegada la hora de hacer justicia, el muchacho lo abrazó emocionado y le dijo: <<¿Cómo podría cortar la cabeza de mi maestro, de quien sólo ha mostrado coraje y entrega a los demás? Un hombre así no puede ser malo>>. Por eso, antes de juzgar a la ligera a alguien, tratemos de conocerlo mejor y apreciarlo en lo que vale.
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