Erase una vez un fiero samurái que había oído hablar del cielo y el infierno, pero que no entendía muy bien qué era eso. Por ello, uno de sus colegas le recomendó que fuera a visitar a un monje que vivía en una cabaña en la montaña. Este hombre, con fama de sabio, aclararía sus dudas.
Cuando llegó al lugar, el samurái pateó la puerta y entró bruscamente en aquel humilde hogar, mientras el ermitaño estaba sentado en el suelo haciendo caligrafía. Sin siquiera presentarse, el guerrero le soltó: <<A ver, decidme cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno>>. Como el monje seguía sin hacerle caso, el samurái insistió en la demanda, recibiendo esta contestación: <<Te escuché, pero no tiene sentido contestarte porque eres demasiado tonto para conocerlo>>.
Esta respuesta le enfadó tanto que sacó la espada amenazándole. En ese momento, el monje miró hacia arriba, sonrió y le dijo: <<Eso es el infierno>>. Y el samurái, comprendiendo que su vida era un constante enfado, dejó caer la espada y se dirigió al buen hombre, esta vez con sumo respeto, para decirle: <<Gracias por exponer tu vida para abrirme los ojos>>. A lo que el humilde hombre respondió: <<Eso es el cielo>>. Porque el cielo y el infierno no están tras la muerte, sino que son como uno vive.
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