Virginia Apgar (Inventó el test que lleva su nombre y que redujo la mortalidad infantil)
Cada minuto nacen en el mundo unos 253 bebés y, aquellos que lo hacen en un centro médico, antes casi de abrir los ojos, pasan la primera prueba de su vida para detectar de manera temprana cualquier problema que pudiera poner en riesgo su salud y que fue inventado en 1953 por una mujer: el test Apgar.
<<Ningún recién nacido va a dejar de respirar en mi presencia>>, dijo Virginia Apgar en una época en que la mortalidad infantil en EEUU era superior a la de Europa.
Esta anestesióloga, que nació en 1909 en Nueva Jersey, tenía vocación de cirujana, pero su mentor le recomendó dedicarse a la anestesiología, una especialidad en la que siendo mujer, tendría más probabilidades de encontrar trabajo. Ella le hizo caso y se volcó en su afán por mejorar la atención a los recién nacidos aprovechando su presencia, no como cirujana, pero sí como anestesista, en las salas de partos. Fue así cómo creó una prueba que valora la frecuencia cardíaca, el esfuerzo respiratorio, los reflejos, el tono muscular y el color del bebé y que, aún hoy, se aplica en todas las maternidades del planeta.
¿Y ella? ¿Tuvo hijos a los que aplicar su propio test? Pues, no. A pesar de que atendió más de 18000 nacimientos, Virgínia nunca se casó ni tuvo niños. En una época en la que hacerlo había supuesto tener que renunciar a su profesión, prefirió dedicarse a la neonatología y al estudio de las anomalías congénitas. Todo lo que estuviera relacionado con el mundo del bebé le interesaba y, por ejemplo, durante la epidemia de rubéola de 1964, que causó 11000 víctimas en EEUU, defendió a ultranza la vacunación universal.
Aparte de su vocación, esta mujer, que se aficionó a la ciencia gracias a su padre, un ejecutivo de seguros que sentía pasión por los inventos y los experimentos científicos, tuvo intereses muy variados. Solía viajar con su violín, que aprendió a tocar de niña, y disfrutaba jugando a golf, practicando jardinería y hasta recibió clases de vuelo.
Cuando murió, en 1974, ya se había ganado el título por el que se le conoce: el ángel de los neonatos.
¿Y ella? ¿Tuvo hijos a los que aplicar su propio test? Pues, no. A pesar de que atendió más de 18000 nacimientos, Virgínia nunca se casó ni tuvo niños. En una época en la que hacerlo había supuesto tener que renunciar a su profesión, prefirió dedicarse a la neonatología y al estudio de las anomalías congénitas. Todo lo que estuviera relacionado con el mundo del bebé le interesaba y, por ejemplo, durante la epidemia de rubéola de 1964, que causó 11000 víctimas en EEUU, defendió a ultranza la vacunación universal.
Aparte de su vocación, esta mujer, que se aficionó a la ciencia gracias a su padre, un ejecutivo de seguros que sentía pasión por los inventos y los experimentos científicos, tuvo intereses muy variados. Solía viajar con su violín, que aprendió a tocar de niña, y disfrutaba jugando a golf, practicando jardinería y hasta recibió clases de vuelo.
Cuando murió, en 1974, ya se había ganado el título por el que se le conoce: el ángel de los neonatos.
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