La mayoría de nosotros hemos sufrido
en alguna ocasión un caso de enamoramiento, hemos padecido ese
estado febril en mayor o menor medida. En casos extremos, ese amor
enfermizo puede llevar a comportamientos delirantes (por ejemplo, el
acoso) o a un obsesión sexual. Muchos psicoanalistas piensan que el
enamoramiento es un forma de regresión, que el ansiar esa cercanía
con tanta intensidad somos como niños anhelando el abrazo de nuestra
madre. Por eso somos más vulnerables a sufrirlo cuando lidiamos con
la pérdida e la desesperación, o cuando estamos solos y aislados.
“A veces digo, aunque no del todo en
serio, que el enamoramiento es la parte excitante del principio, y
que el amor real es la parte aburrida que viene después”, me dijo
en una ocasión la poetisa Wendy Cope. “ Los enfermos de amor están
poniendo a prueba sus fantasías frente a la realidad”. Pero, dada
la angustia que eso puede causar -la pérdida de la libertad mental,
la insatisfacción con uno mismo y el terrible dolor-, ¿por qué
algunos se empeñan en ignorar la realidad durante tanto tiempo?
A menudo, la razón de esto es que
afrontar la realidad implica aceptar la soledad. Y mientras que la
soledad puede ser útil -motivándonos, por ejemplo, a conocer a
alguien nuevo-, el miedo a la soledad puede funcionar como una
trampa, encerrándonos en un sentimiento duradero de abatimiento
amoroso.
Al igual que los paranoicos, los
enfermos de amor recogen información con avidez, pero uno se da
cuenta enseguida de que cada una de sus interpretaciones solo sirven
para confirmar su delirio.
por STEPHEN GROSZ
por STEPHEN GROSZ
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