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domingo, 26 de enero de 2014

Yo tengo razón, tú estás equivocado

Somos adictos a "tener razón", pero quedar cautivos de nuestras opiniones es una trampa. Escuchar a los demás es la prueba máxima de empatía y respeto.

por RAIMON SAMSÓ

   La mayoría de nosotros creemos que podemos cambiar lo que los demás piensan; de otro modo, no pasaríamos tanto tiempo en la vida dándole vueltas a "qué opinan los demás de nosotros" y tratando de mejorar su juicio sobre nuestra persona. Eleanor Roosevelt dijo: "Nadie puede hacer que te sientas inferior si tú no lo permites". Esta afirmación pone el foco de atención hacía nosotros mismos y no en los demás: por ello, quizá el único pensamiento que precisa se cambiado es la creencia de que "los demás deberían pensar diferente".
   Querer tener razón es la enfermedad crónica de la humanidad, seguramente una de las causas que han enfrentado más a las personas, las naciones y las religiones organizadas del planeta. La posesión de las personas por sus propias ideas es siempre una causa de sufrimiento.. El problema, al consistir las creencias en "posesiones mentales" no visibles, ha sido buscar la solución a nuestras diferencias tratando de cambiar a los demás antes que examinar la causa real de los conflictos (la necesidad de tener razón).
   En demasiadas ocasiones comprobamos cómo querer imponer nuestras razones y opiniones a los demás nos cuesta caro. Tal vez logremos desautorizar las ideas de alguien, pero al final acabamos con una razón más y un amigo menos. ¿Vale la pena? Seguramente no. El resultado es que querer estar siempre en posesión de la verdad consume una gran cantidad de energía y tiempo que nos impide disfrutar de los demás y de la paz mental de saber que en el fondo todos tenemos nuestra propia lógica.
   ¿Es mejor tener razón a toda costa antes que ser feliz? Que cad uno responda esta pregunta con sinceridad.
   La perspectiva materialista o newtoniana del universo nos conduce a cosificar todo con lo que entramos en contacto, ya sea algo material o inmaterial. Incluso lo no material, como un pensamiento, acaba tomando forma y se convierte en objeto de conflicto. Así, una idea o una creencia se acaban convirtiendo en una posesión, una propiedad, algo que debe ser defendido para que no perezca.

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