Un hombre riquísimo quiso que su hijo apreciase la cantidad de cosas que tenía y, para ello, decidió pasar con él un fin de semana en una casa de campo cuyos propietarios eran tan humildes que apenas contaban con lo básico para sobrevivir. Cuando acabó el viaje y ya estaban de regreso en su fastuosa mansión a las afueras de la ciudad, el padre le preguntó, con curiosidad, al muchacho: "¿Qué te ha parecido este viaje?". El niño aún estaba impresionado por la belleza de los campos y la naturaleza, por lo que dudó en su respuesta: "¡Ha sido muy bonito, papá!".
El hombre de negocios siguió comentando algunos momentos del fin de semana. "¿Viste lo pobre que puede llegar a ser la gente?". A lo que el niño contestó: "Si". Curioso por saber qué le había impresionado más, el padre prosiguió: "¿Y qué aprendiste?". El muchacho le respondió lo siguiente: "Nosotros tenemos un perro, ellos cuatro. En nuestra casa hay una gran piscina, ellos tienen un arroyo que no parece tener fin. Nuestro jardín está iluminado con lámparas de importación, pero esos campesinos tienen las estrellas. Ellos disfrutan del tiempo necesario para hablar y convivir. Mamá y tú os pasáis el día trabajando". El padre quedó mudo y su hijo añadió estas palabras: ¡Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podemos llegar a ser!".
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