Sarah L. va a irse de fin de semana con su novio, pero en el
último momento decide quedarse con sus amigas a ver la televisión.
Sorprendidas, estas la animan a que recapacite al respecto. “Te lo pasarás
estupendamente yéndote con Alex de fin de semana”, le dicen. Pero Sara sigue en
sus trece. “Simplemente, no me apetece”, responde.
Aunque era atractiva, ingeniosa y triunfadora, Sarah vino a
verme porque se sentía estancada: con 35 años, estaba preparada para casarse y
confiaba en formar una familia. Durante los últimos años había conocido a
hombres que consideraba “prometedores”, pero ninguna de sus relaciones había
durado. No podía decir exactamente por qué, pero tenía la sensación de que
estaba echando a perder sus oportunidades.
-¿Por qué no fuiste?- le pregunté.
-Le veo demasiado entusiasmado- me respondió sin
convicción-. Solo puedo decirle lo que le dije a él: “Preferiría no hacerlo”.
La frase de Sarah me sorprendió; me sonaba familiar, pero no
recordaba de dónde procedía. De pronto, me acordé. Es el latiguillo de un
personaje literario: Bartleby, el escribiente, cuyo nombre da título a un
relato de Herman Melville publicado en 1853. El protagonista de la historia es
tan extraño que es difícil saber exactamente lo que Melville quería que sus
lectores pensaran de él.
La historia está narrada por un abogado, que contrata para
su bufete de Wall Street a un escribiente, o copista legal, de nombre Bartleby.
Este trabaja sentado en un pequeño escritorio detrás de un biombo, con un única
ventana que da a una pared de ladrillo. Poco después, Bartleby comienza a
responder a las peticiones, más que razonables, del abogado con las palabras: “Preferiría
no hacerlo”. Hasta que, finalmente, deja de realizar toda actividad. Mientras
los otros empleados trabajan, comen y beben, Bartleby se dedica a mirar en
silencio por la ventana. Nunca sale de la oficina, y su presencia resulta tan
insoportable que el abogado se ve obligado a trasladar su bufete. Como los
nuevos propietarios tampoco pueden echar al espectral Bartleby, el abogado
vuelve y trata de ayudarlo.
-Bartleby- dijo, en el tono más amable que pudo adoptar en
tan extrañas circunstancias -, ¿por qué no viene a casa conmigo, no a mi
oficina, sino a mi casa, y se queda allí hasta que lleguemos a un arreglo
conveniente para todos? Venga, vámonos ya.
-No, por el momento, preferiría no hacer ningún cambio.
Desesperado, el abogado se marchó. Finalmente, la policía se
llevó a Bartleby y lo metió en la cárcel, conocida como Las Tumbas. Cuando el
abogado fue a visitarlo, Bartleby se negó a hablar o a responder a sus súplicas
de que comiera algo. Al cabo de unos días, regresó y encontró a Bartleby
acurrucado al pie del muro de la prisión, mirando hacia las piedras, muerto.
La negatividad –el estado mental de preferiría no hacerlo- es nuestro deseo de darle la espalda al
mundo, rechazando todo tipo de necesidades y apetitos. Bartleby mira
continuamente hacia “la pared de ladrillo”, “la pared muerta”, la pared ciega”,
“el muro de la prisión”. El subtítulo de Bartleby,
el escribiente es Una historia de
Wall Street, la calle del Muro. Bartleby está rodeado de comida –Melville pone
incluso nombres de alimentos a sus tres compañeros de trabajo, Turkey (pavo),
Ginger Nut (galleta de jengibre) y Nippers (tenazas de langosta)-, pero se
niega a comer y al final se deja morir de hambre.
El abogado hace varios intentos para engatusar a Bartleby y
sacarlo de su retraimiento, pero resulta que ayudarlo no es tan fácil. De
hecho, la historia insinúa una oscura verdad: la ayuda del abogado es la que
hace que la situación de Bartleby empeore.
Yo interpreto Bartleby,
el escribiente como un retrato de la lucha continua que se libra en el
corazón de nuestro mundo interior. Dentro de cada uno de nosotros hay un
abogado y un Bartleby. Todos oímos en nuestro interior una voz que nos anima –“Hagámoslo
ahora, ya”- y otra voz negativa que se opone y responde: “Preferiría no hacerlo”.
Cuando estamos atrapados en las garras de la negatividad, perdemos el apetito
por toda conexión con la humanidad. Nos convertimos en Bartleby y transformamos
en abogados a los que nos rodean. De manera inconsciente, arrastramos a los
demás para que defiendan nuestro caso por nosotros.
Tomemos como ejemplo el caso de una adolescente anoréxica y
su madre. En el rechazo de la joven a comer oímos a Bartleby; en la súplicas
nerviosas de su madre, el abogado. Al igual que Bartleby, la anoréxica parece
no angustiarse por el agravamiento de su situación. Su ansiedad –que es su
motivación para el cambio- ha encontrado una vía de escape a través de su
madre. Puede que oigamos hablar a dos personas, pero no es un diálogo lo que
sostienen: el conflicto interno de la hija encuentra su voz en dos personas
diferentes. Según mi experiencia, si esta situación persiste, si las dos
continúan representando a Bartleby y al
abogado, llegarán a obtener un resultado similar.
Cuando Sarah me contó que había decidido no marcharse con
Alex, estuve tentado de intentar persuadirla. Al igual que el resto, el
psicoanalista se ve atrapado en el papel del abogado; sin embargo, nuestro
trabajo consiste en encontrar una pregunta que resulte útil. Nuestra arma
contra la negatividad no es la persuasión, sino la comprensión. ¿Por qué este
rechazo? ¿Por qué ahora? Alex no había hecho nada especialmente malo; de hecho,
durante el tiempo que Sarah había dedicado a conocerlo, Alex había demostrado
ser una persona sensata y de confianza. La que cambió fue ella.
De manera consciente, Sarah quería conocer a alguien y
enamorarse, pero, a nivel inconsciente, la historia era muy distinta. En ese
nivel más profundo, el amor significaba una pérdida de su autonomía, de su
trabajo, de sus amigos; significaba verse vaciada, desdeñada y poseída. De
forma gradual, recuperando recuerdos de sus primeras pérdidas dolorosas y de la
profunda desesperación que había sufrido al finalizar su primera relación,
empezamos a comprender el origen de las barreras de Sarah. De forma
involuntaria, Sarah se mostraba negativa porque entregarse a las emociones y a
los afectos entrañaba una pérdida, no una ganancia. La negatividad de Sarah era
una reacción a sus sentimientos positivos y afectivos hacia Alex: una reacción
a la posibilidad de amar.
por STEPHEN GROSZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario